Persona

© Justo Fernández López www.hispanoteca.eu

ARCHIVO DE CONSULTAS

Siempre he leído que persona viene del verbo latino personare ('resonar a través de una máscara'). Según el Diccionario de la Academia, la palabra persona viene del etrusco phersu y éste del griego prósopon. ¿Cómo se explica la relación entre phersu y prósopon?

Según la etimología tradicional de persona, la palabra viene de personare ‘resonar’ y alude a la máscara que los actores usaban en el teatro. Esta máscara tenía un orificio a la altura de la boca y daba a la voz un sonido penetrante y vibrante: personare ‘resonar’. Así pues, persona significaría primero ‘máscara’, ‘papel del actor’, ‘carácter’ y finalmente ‘persona’. Persona correspondería al griego prósopon (πρόσωπον) ‘cara’, y a partir del imperio significaría ‘persona’. Pero esta etimología es muy poco probable por las diferencias fonéticas y semánticas. El Diccionario de la Academia dice que viene del etrusco phersu, y este del griego prósopon (πρόσωπον).

Teniendo en cuenta que los romanos tomaron del teatro griego la máscara como requisito escénico, lo más probable es que la palabra etrusca u osca phersu (φersu) sea un préstamo de una palabra griega que no puede ser prósopon (πρόσωπον) por razones fonéticas y semánticas.

Altheim, después de comparar en etrusco Persius, -inius, -anius, el gentilicio Personnius y el topónimo Perusia, llega a la conclusión de que la palabra etrusca phersu (φersu) tiene que venir del griego Persephóne (περσεφόνη), que designaría originariamente en etrusco la personificación de un dios del inframundo o infierno que guiaba a las almas al Hades. Persona en latín significaría ‘pequeño phersu’, ‘máscara’ como parte del disfraz. (Cf. Walde, A.: Lateinisches Etymologisches Wörterbuch. Heidelberg: Carl Winter. Universitätsverlag, 1965)

«Iconicidad. El caso de las viejas etimologías

Partiendo del principio general de la arbitrariedd del signo lingüístico, es interesante observar cómo el lenguaje es capaz de imitar en distintos niveles aspectos de la realidad que designa. El hecho transciende el mero ámbito de las onomatopeyas o las aliteraciones, llegando a fenómenos más complejos, tales como la motivación etimológica. La iconicidad supone, en definitiva, la revisión de la cuestión de la arbitrariedad del signo lingüístico. El problema hunde sus raíces en la misma cultura griega y tiene su punto de partida en el Crátilo de Platón. Modernamente, el problema ha pervivido en autores como Roman Jakobson o Gérard Genette. Atendiendo, pues, a su nacimiento histórico, uno de los aspectos más singulares de la investigación sobre la semántica cognitiva y las lenguas clásicas es el que concierne a la iconicidad de las viejas etimologías prelingüísticas. El antiguo pensamiento etimológico, que se articulaba como un método de investigación de las cosas a través del lenguaje, parte de una serie de principios tales como el simbolismo de las letras-sonidos, o la necesidad de encontrar una relación natural entre el significado de una palabra y su forma, dentro de la concepción de que existe una relación por naturaleza o, al menos, “no totalmente arbitraria” entre palabras y cosas que en buena medida ha retomado el cognitivismo. Si bien los procedimientos de la etimología antigua suelen ser erróneos y fabulosos, resulta, no obstante, de gran interés el estudio de ciertos aspectos cognitivos que sirven de sustente a tales etimologías precientíficas. Veamos como ejemplo la singular etimología que nos ha transmitido Aulo Gelio, precisamente la de persona “máscara” a partir del verbo personare propuesta por Gavio Baso (Gel. 5, 7):

Sabia e ingeniosa explicación, a fe mía, la de Gabio Basso, en su tratado Del origen de las vocales, de la palabra persona, máscara. Cree que este vocablo toma origen del verbo personare, retener. He aquí cómo explica su opinión: “No teniendo la máscara que cubre por completo el rostro más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derramarse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por ello sonido más penetrante y fuerte. Así, pues, porque la máscara hace la voz humana más sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona, y por consecuencia de la forma de esta palabra, es larga la letra o en ella.“ (trad. de Navarro y Calvo)

La moderna etimología histórica ha desvelado la más que probable procedencia etrusca del término latino persona, por lo que la ratio que tradicionalmente ha explicado la motivación del términomediante el falso corte per-sonat, dando a entender que la persona se llama así porque personat, es decir, “resuena”, está definitivamente descartada. No obstante, la antigua etimología ha dejado su huella en la propia historia de la lengua, y la ratio que liga el término de la máscara con el verbo personare no está desvinculada de razones icónicas, permitiéndonos entender el término pesona no sólo como un mero signo lingüístico, sino incluso como el símbolo de lo que designa, dentro de una concepción que liga naturalmente las palabras a las cosas y que Gelio nos transmite explícitamente en otro lugar (Gel. 10.4.1):

Enseña P. Nigidio, en sus Comentarios sobre gramática, que las palabras no son invención arbitraria del hombre, sino que tienen su origen y su razón en el instinto y en la naturaleza. (trad. de Navarro y Calvo)

Al margen de simbolismos acústicos más o menos fantasiosos, la iconicidad encuentra su verdadera carta de naturaleza cuando entramos a concebir espacios mentales a partir de aspectos de la realidad tangible. Que el espacio superior o el movimiento ascendente se consideren normalmente positivos frente a llo descendente o el espacio inferior no parece ser una cuestión meramente arbitraria.»

[García Jurado, Francisco: Introducción a la semántica latina. De la semántica tradicional al cognitivismo. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense. Cuadernos de Filología clásica - Estudios latinos. Serie de monografías. 2003, Anejo I, p. 89-91]

persona.

(Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y este del gr. prósopon - πρόσωπον).

1. f. Individuo de la especie humana.

2. f. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite.

3. f. Hombre o mujer distinguidos en la vida pública.

4. f. Hombre o mujer de prendas, capacidad, disposición y prudencia.

5. f. Personaje que toma parte en la acción de una obra literaria.

6. f. Der. Sujeto de derecho.

7. f. Fil. Supuesto inteligente.

8. f. Gram. Accidente gramatical propio del verbo y de algunos elementos pronominales, que se refiere a los distintos participantes implicados en el acto comunicativo.

9. f. Gram. Nombre sustantivo relacionado mediata o inmediatamente con la acción del verbo.

10. f. Rel. En la doctrina cristiana, el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo, consideradas tres personas distintas con una misma esencia.

[DRAE]

Textos filosóficos

 

«La metafísica griega tropieza con grandes limitaciones, que penden de la idea de la posible actuación de una potencia por un acto, o de una posible participación platónica de unas realidades respecto de otras. Pero sobre todo tiene una limitación fundamental y gravísima: la ausencia completa del concepto y del vocablo mismo de persona. Ha hecho falta el esfuerzo titánico de los capadocios para despojar al término hipóstasis de su carácter de puro hypokeímenon, de su carácter de subjectum y de sustancia, para acercarlo a lo que el sentido jurídico de los romanos había dado al término persona, a diferencia de la pura res, de la cosa. Es fácil hablar en el curso de la historia de la filosofía de lo que es la persona a diferencia de la res naturalis, por ejemplo en Descartes y en Kant sobre todo. Pero lo que se olvida es que la introducción del concepto de persona en su peculiaridad ha sido una obra del pensamiento cristiano, y de la revelación a que este pensamiento se refiere.»

[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 323]

«Los griegos pensaron, por ejemplo, que el carácter de sustancia expresaba lo real en cuanto tal. Pero la subsistencia personal es otro tipo de realidad en cuanto tal en el que los griegos no pensaron. Por eso, al considerar la novedad de la realidad personal en cuanto realidad subsistente, la filosofía se vio forzada a rehacer la idea de realidad en cuanto realidad desde un punto de vista no sustancial sino subsistencial. Cierto que en la metafísica clásica, desgraciadamente, se ha considerado la subsistencia como modo sustancial, lo cual, a mi entender, ha desbaratado la subsistencia. Pero ello no obsta para lo que aquí tratamos, a saber, que el carácter de realidad en cuanto realidad sea algo abierto y no fijo ni fijado de una vez para todas.»

[Xavier Zubiri: Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad. Madrid: Alianza Editorial, 1998, p. 131]

«Tratándose de esencias abiertas, su poseerse es un poseerse no ya dentro de las cosas que le rodean en tanto que tales o cuales, sino que es poseerse en la realidad y en forma de realidad. Entonces poseerse en forma de realidad, poseer la propia realidad en forma de propia, es justamente aquello en que consiste el que la realidad sea “suya“: es justamente la persona

[Xavier Zubiri: Estructura dinámica de la realidad. Madrid: Alianza Editorial, 1995, p. 312]

¿Qué es ser persona?

«Se cita siempre un párrafo de Cicerón en el que establece, como buen abogado, la diferencia entre las cosas o res y las personas, que son sui juris. Esta versión del problema tuvo en cierto modo su canonización metafísica en Kant. Pero es innegable que, si se examina al propio Kant, por bajo de este carácter sui juris y moral de una persona subyace la idea de un sujeto que se pertenece como fin, que es un sujeto sui juris. De ahí que, en definitiva, en ese punto Kant se encuentra en buenamedida con la metafísica tradicional, después del cristianismo, no antes. Porque, por curiosa paradoja, la filosofía griega, que nos ha proporcionado todos los conceptos y nombres que maneja la filosofía, no ha tenido ni el nombre ni el concepto de lo que es persona. Es curioso, pero así es. La propia palabra persona probablemente viene del etrusco phersu y, luego, ha pasado al latín. Pero el phersu etrusco es tan sólo algo parecido al prósopon (πρόσωπον) griego, ya que el prósopon es una cosa distinta de lo que nosotros llamamos persona. La persona sería, pues, el sujeto que es autor de sus actos y del que, justo por eso, decimos que es persona. Recíprocamente, estos actos se atribuirían a este sujeto, que sería un sujeto de atribución real y físico de los actos que ejecuta.

Ahora bien, esto no es tan fácil de sostener como de decir. Tomemos, para comprobarlo, la frase „Yo soy libre“. Esta frase la puedo pronunciar de dos maneras: Decir, acentuando el predicado, “Yo soy libre”, con lo que afirmo que eso es lo que yo soy. Ésta es una frase predicativa a la que responde la idea que acabo de exponer: el sujeto que es libre. Pero puedo, poniendo el acento en el sujeto, pronunciar esa frase diciendo “Yo soy libre”, con lo que afirmo que soy yo quien es libre. En este caso el yo está en cierto modo allende la libertad. Yo no seré persona más que si la libertad es mía. [...] Si digo “Yo soy libre” y pongo el acento en el predicado, siempre estaría fuera de consideración el carácter del yo, que es donde se ha jugado ya el problema de la persona. No nos sirven de nada los muchos predicados ni los muchos actos que se van ejecutando. Esto nos obliga a volver la vista al sujeto en sí mismo, no desde el punto de vista de los actos que ejecuta, sino desde el punto de vista de lo que yo diría que estructuralmente es. ¿Qué es ese sujeto? ¿Encontramos ahí la persona?

Es una frase muy repetida, que merece figurar en la historia de la metafísica – y así figura casi siempre –, la del Tratado De Trinitate en que San Agustín afirma: Yo recuerdo, yo entiendo, yo amo por estas tres, digamos facultades, aunque no soy ni mi memoria, ni mi inteligencia, ni mi amor, sino que las poseo. Esto puede decirlo cualquier persona que posea esas tres facultades, pues ella, la persona, no es estas tres facultades. Es un texto célebre de San Agustín sobre el que se ha montado la diferencia entre la persona y la naturaleza. [...] Por tanto, que ser persona consiste en ser un yo. Con lo cual tendríamos, por una parte, la persona como un yo y, por otra, la naturaleza como algo tenido por este yo. Esta idea va a ser decisiva.

En el orto de la filosofía moderna Descartes nos dirá que lo esencial del hombre es precisamente ser un ego, pero, dando un tercer paso sobre los dos de San Agustín, completará la idea de éste diciendo que el yo es sujeto – cosa que jamás había dicho San Agustín –. El yo como sujeto es un puro yo, esto es, no es el mundo psicobiológico, pues las estructuras psicobiológics son a los uma las condiiones o los instrumentos intrínsecos con que el yo sujeto ejecuta física y empíricmente sus actos. Aplicada esta idea a nuestra persona, resultará que, por un lado, el yo en que la persona consiste va a ser un sujeto posidente y, por otro, la naturaleza será posesión de ese sujeto puro, de esa persona, de ese yo puro. [...]

Ahora bien, ¿es aceptable la diferencia entre naturaleza y persona? Esta seguna parte de la cuestión es mucho menos clara.

Se nos dice únicamente que la persona consiste en ser el posident y la naturaleza en ser lo poseído. [...] Que el hombre en buena medida sea sujeto de sus actos, es tan verdad que no hace falta un largo discurso para caer en la cuenta de ello. Pero ¿es eso lo que hace que el hombre sea una persona? Al fin y al cabo, la condición de que el hombre sea un sujeto que ejecuta unos actos como sujeto de eloos o que recibe unas afecciones del mundo como sujeto de ellas, eso procede de lo que el hombre es talitativamente considerado, tal como él es. Ya tento unos sentimientos, necesito unas impresiones de las cosas, etc.; pero todo esto pertenece al orden de la talidad. Ahora bien, si tomamos esa talidad en función transcendental, la cuestión es distinta. Person consiste en ser mío. Pero el que este ser mío sea un sujeto no depende del carácter de persona sino de la talidad, de cuál sea la índole talitativa de la persona que es; es decir, el sujeto es persona no por ser sujeto sino por ser mío, y entonces está de más que sea o no sujeto. En esto es en lo que consiste la persona en cuanto tal, no en ser sujeto, sino en que, aun siendo sujeto, se sea suyo en tanto que realidad. Ser sujeto depende del orden talitativo y, efectivamente, en el caso del hombre lo es, aunque no nos importa esto para el caso. Lo que nos importa es que, sea o no sujeto por razón de su talidad, el hombre, como forma transcendental de realidad – y en eso consiste la persona –, es suyo, se pertenece a sí mismo bajo forma de sujeto, pero no porque en ello está la esencia metafísica transcendental de la persona en cuanto tal. Persona es, por consiguiente, el carácter transcendental de la esencia abierta. Es suya, formal y reduplicativamente suya, en tanto que realidad. En manera alguna es un sujeto.»

[Zubiri, Xavier: Sobre la realidad. Madrid: Alianza Editorial, 2001, p. 204 sigs.]

«El hombre es una realidad no hecha de una vez para todas, sino una realidad que tiene que ir realizándose en un sentido muy preciso. Es, en efecto, una realidad constituida no sólo por sus notas propias (en esto coincide con cualquier otra realidad), sino también por un peculiar carácter de su realidad. Es que el hombre no sólo tiene realidad, sino que es una realidad formalmente “suya”, en tanto que realidad. Su carácter de realidad es “suidad”. Es lo que, a mi modo de ver, constituye la razón formal de persona. El hombre no sólo es real, sino que es “su” realidad. Por tanto, es real “frente a” toda otra realidad que no sea la suya. En este sendito, cada persona, por así decirlo, está “suelta” de toda otra realidad: es “absoluta”.

Pero sólo relativamente absoluta, porque este carácter de absoluto es un carácter cobrado. La persona, en efecto, tiene que ir haciéndose, esto es, realizándose en distintas formas o figuras de realidad. En cada acción que el hombre ejecuta se configura una forma de realidad. Realizarse es adoptar una figura de realidad. Y el hombre se realiza viviendo con las cosas, con los demás hombres y consigo mismo. En toda acción, el hombre está, pues, “con” todo aquello con que vive. Pero aquello “en” que está es en la realidad. Aquello en que y aquello dede lo que el hombre se realiza personalmente es la realidad. El hombre necesita de todo aquello con que vive, pero es porque aquello que necesita es la realidad. Por tanto, las cosas además de sus propiedades reales tienen para el hombre lo que he solido llamar el poder de lo real en cuanto tal. Sólo en él y por él es como el hombre puede realizarse como persona. La forzosidad con que el poder de lo real me domina y me mueve inexorablemente a realizarme como persona es lo que llamo apoderamiento. El hombre sólo puede realizarse apoderado por el poder de lo real. Y este apoderamiento es a lo que he llamado religación. El hombre se realiza como persona gracias a su religación al poder de lo real. La religación es una dimensión constitutiva de la persona humana. La religación no es una teoría, sino un hecho inconcuso. En cuanto persona, pues, el hombre está constitutivamente enfrentado con el poder de lo real, esto es, con la ultimidad de lo real.»

[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 372-374]

«Cuando san Agustín dice que yo tengo inteligencia, memoria y voluntad, pero que no soy ni inteligencia, ni memoria, ni voluntad, rápidamente pensamos que ese yo es el sujeto de la inteligencia, de la memoria y de la voluntad. Ahora bien, esto es absurdo. La persona no consiste en ser sujeto, sino en ser subsistente. Que sea sujeto dependerá de la índole consistencial del subsistente. Pero la persona en cuanto tal está constituida por el carácter subsistente de la realidad. No consiste en sujeto; al revés, puede ser sujeto en tanto y en cuanto es subsistente. Tomado como puro sujeto o se desvanece en un vacío, o se confunde con una naturaleza. Ahora bien, ni una cosa ni otra. Ese ego no es un ego en sentido de sujeto, sino de la realidad subsistente. El momento de subsistencia y el momento de consistencia no son sino dos momentos, distintos como momentos, pero que se pertenecen mutuamente en la realidad, aunque no se identifican formalmente.

De ahí que se puedan dar dos visiones del problema de la persona. Los latinos han visto en la persona el complemento del orden de la sustancialidad. Los teólogos griegos han visto en la persona más bien aquello que se realiza en la naturaleza. Pero no puede olvidarse que se trata de dos momentos nada más de la realidad. Puedo partir del subsistente y en virtud de su estructura preguntar en qué consiste; es el punto de vista griego. Puedo partir de la consistencia, y en su virtud preguntar cuál es el tipo de subsistencia; es el punto de vista del teólogo latino. Pero como quiera que sea, esa realidad subsistente, en la medida misma en que es subsistente, lo es en propiedad, abierta a sí misma, y con las estructuras capaces de ejecutar actos de verdadera propiedad. En este sentido, la persona es un relativo absoluto. Relativo, porque se trata de una persona finita; pero absoluto, porque en virtud de su subsistencia se contrapone subsistencialmente, no existencial y esencialmente, al todo de la realidad, de las realidades finitas e incluso de la propia realidad divina.

Persona es un modo de realidad, no sólo una forma de realidad

[Zubiri, Xavier: Sobre el hombre. Madrid: Alianza Editorial, 1986, 122-123]