Salir del armario

© Justo Fernández López www.hispanoteca.eu

ARCHIVO DE CONSULTAS

Últimamente se juega mucho en la prensa y en otros medios de comunicación

con la palabra armario. ¿Cómo se diría en alemán salir del armario, en sentido figurado?

salir del armario [fig] = declararse homosexual 

> [dt.] sich outen als Homosexueller / ein Homosexueller outet sich / sich zu seiner Homosexualität bekennen

sich outen v.i. (to out eigentliche englische Bedeutung: "rausschmeißen")

sich äußern, sich bekennen; make a statement, come out.

"Promis outen sich: Ja, wir sind magersüchtig", Ellen Warstat, Mädchen, 21. Jan. 1998, S. 10.

Outing n. (eigentliche englische Bedeutung: "Ausflug")

Äußerung, Bekenntnis, Outen, Sichouten; statement, coming-out.

"Arnies Anabolika-Outing", Oberösterreichische Nachrichten, 22. März 1997, S. 27.  "In & Out: Outing-Komödie mit Kevin Kline ohne Hänger", "Vom Outing übermannt", "Ein Outing, das für den Betroffenen selbst am überraschendsten kommt, und seine kleinstädtische, normale Welt aus den Angeln hebt." Bernhard Lichtenberger, "Sein oder schwul sein?" Oberösterreichische Nachrichten, 31. Jan. 1998, S. 8.

[Robb: „Erfundene englische Wörter im Deutschen - Invented English Words in German“, in: http://humanlanguages.com/rlerfeng.htm]

«Sich outen - Ja oder Nein? Viele Jugendliche, die aus der Kinder- und Jugendpsychiatrie entlassen werden, stellen sich diese Frage. Sie denken darüber nach, welche Folgen es haben könnte sich zu outen und was Außenstehende dann wohl über sie denken werden. Jeder Jugendliche geht anders mit der Frage des Outens um».

La expresión salir del armario (en sentido figurado) no figura en el DRAE, ni tampoco en el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) ni en el Corpus Diacrónico del Español  (CORDE) de la Real Academia Española, así como tampoco en otros diccionarios monolingües. 

El siguiente artículo de Paco Umbral es ininteligible para todo aquel que no sepa de qué armarios se trata aquí > sich outen als Homosexueller

¿En el PP no hay armarios?

 

FRANCISCO UMBRAL


El Mundo – 08.01.2003


Ahora que hasta de entre los Verdes, o con destino a los Verdes, ha salido un señor, el llamado Mendiluce, caemos en la cuenta de que el único partido, asociación, gremio o cosa que parece no tener armarios es el PP, porque de ellos no sale nadie. El señor Aznar, en su ofensiva contra lo políticamente incorrecto, quizá manda llenar todas las semanas los armarios de Génova con una tonelada de alcanfor y otra de naftalina, a fin de que sus muebles no críen ni una larva de gay, que la carrera contra el enemigo hay que iniciarla desde casa y desde por la mañana, como bien sabe el entrenador deportivo del presidente, que ya ha prometido no sacar ningún libro de confidencias presidenciales. A Aznar tampoco le gusta jugar con las cosas de correr.

Pero estamos en un siglo de convivencia en el que cada gremio aporta su grano de heterodoxia. Estos heterodoxos morales o sexuales salen de los armarios de las sacristías, de los cuartos de banderas, de las compañías de teatro, de los centros docentes y de los conventos platerescos. Hemos llegado a un punto en que cualquier institución de derechas o de izquierdas, formativa o lúdica, no es nada, no es nadie si no ha aportado ya un gay que cierto día decidió salir del armario para legitimar la extensión social y la varieté sentimental de su centro de trabajo. Hoy ya estamos seguros de que cuando Noé fabricó su tan nombrada Arca, no olvidó meter en ella una pareja de hombres de cada especie, o sea los primeros homosexuales que poblaron la Tierra gracias a la paloma que anunció la sequía, y que era la que les traía los huevos.

Desde el Arca de Noé hasta algunos grandes Bancos del Wall Street madrileño de la calle Alcalá, toda empresa tiene un armario ropero donde el funcionario se cambia de calzado para no ensuciar su función con los zapatos de calle. Y ese funcionario, precisamente, es el que un día saldrá del armario, en calcetines, proclamando la verdad de su corazón, el amor por el botones de la oficina. Así las cosas, no se comprende que el PP no tenga armarios para la gabardina y los gays, o que esos armarios estén tan ventilados que no dan ni una brizna de maricón de playa. Ya sabemos que Aznar piensa muy recto, pero debiera comprender que el cuadro social del Partido, tan triunfador, no queda completo sin un mendiluce que siempre luce. ¿Dónde guardaba el loden el propio Aznar cuando era funcionario de Génova? ¿Nunca se encontró otro loden de su mismo color dentro del armario? ¿Era tan escaso el PP, antes de la clamorosa victoria, que ni siquiera tenía armarios y dejaban la ropa tirada por los rincones en sospechosa promiscuidad? El señor Zapatero, que tanto gusta de abrir investigaciones, debiera abrir una investigación sobre eso. En una de fregar cayó Caldera, ya lo hemos recordado aquí, pero parece que los chicos del PP, tan ciudadanos ellos, nunca han dado ese fruto agropecuario, hijo de las cabras y de Virgilio, que es el gay: y otro día les explicaré por qué todo el mundo lo escribe mal y cómo habría que ponerlo, ya que es palabra de uso y abuso. Comprenda usted, señor Aznar, que a su partido no le falta nada salvo un popular que salga del armario a los compases del pasodoble del Algabeño. Con la Trini Jiménez en la oposición, nos falta, por contraste, una nota de color.

La Razón - sábado 1 de febrero de 2003

Otro más que sale del armario

Julián Lago

«La Lirio» era un sastre homosexual del Valladolid de los años sesenta que, amén de permanecer bien escondido en el armario de su taller por si las moscas, era un profesional cabal al que en cierta ocasión acudimos a hacernos un traje príncipe de gales, que eran los trajes de los niños pijos de entonces mayormente. «¿A qué lado cargas tú, a la derecha o a la izquierda?», nos preguntó el día de la primera prueba. «Qué sé yo, yo cargo donde caiga», fue la única respuesta que tuvimos a mano para aclarar su duda a «La Lirio», que, por supuesto, nunca osó salir del armario, y menos en aquel Valladolid, tardofranquista y conventual, donde los gays no eran más que unos «maricones de mierda», más o menos. En los últimos tiempos, del armario ha salido personal a mogollón, lo mismo curas que guardias civiles, políticos que militares, actores que empresarios, Kike Sarasola el último, quien ha tenido el coraje de asomarse con su novio a la revista «Zero» por cuyo escaparate están desfilando los gays famosos, convictos y confesos, transgresores todos ellos en cualquier caso. Desde luego ya le hubiera gustado a Miguel Molina haber salido del armario al papel cuché, en lugar de exiliarse a Latinoamérica muerto de miedo, el pobre, tras el apaleamiento salvaje, con purga de aceite de ricino incluido, que le propinaron los señoritos falangistas en el Madrid de posguerra. O sea, salir ahora mismo del armario no deja de ser un gesto de vida cotidiana, dentro de lo que cabe, sin llegar, claro, a la cultura mesopotámica en cuyos templos se practicaba la prostitución masculina, o a la Grecia antigua, donde se prodigaban amores pederastas y sáficos, o ni siquiera al mismo Renacimiento italiano, en el que floreció el culto a lo efébico al calor del arte, la cultura y la filosofía. En definitiva, tan vieja como la humanidad mayormente, el gran revolucionario de la homosexualidad moderna no fue sino Alfred Kinsey, biólogo norteamericano que en los años cuarenta se atrevió a sostener que sólo el 50 por ciento de los hombres USA nunca había tenido contactos, sueños o deseos con otros hombres, lo cual escandalizó a los contemporáneos. Como escandalizaría hoy a Blas Piñar, cuyo espectro no ha salido de ningún armario sino de la ultratumba, por lo que se ve, al declarar que España ha degenerado en Sodoma y Gomorra con tanto homosexual, tanto libertinaje, tanto vicio en definitiva. Cierto es que en la Historia hubo personajes rosas que marcaron toda una época como Julio César, quien se proveía de esclavos, o Alejandro Magno que enloqueció cuando murió su amante Hefestión y etcétera, pero cierto es también que pocas veces como ahora el movimiento homosexual ha adquirido tanta influencia política, cultural y mediática, vamos que es un auténtico grupo de presión, un lobby sexual, el power gay, que dicen, pero sin «La Lirio» ya, cuyo recuerdo en el agua apedrean todavía los niños de Valladolid cuando van al lago del Campo Grande a ver a los patos.