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POLYSEMIE Polisemia

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Vgl.:

Homonymie / Synonymie / Hyponymie / Hyperonymie / Heteronymie / Kohyponymie / Paronymie / Ambigüität / Homophon / Sympleronym / Antonym / Semantik / Literatursoziologie / Semiotisches Trapez

 Polysemie > Mehrdeutigkeit

Polysemie [griech. sema ‚Zeichen’] Terminus von M. Bréal [1897]: P. (‚Mehrdeutigkeit’) liegt vor, wenn ein Ausdruck zwei oder mehr Bedeutungen aufweist, die allesamt etwas gemeinsam haben und sich meist aus einer Grundbedeutung ableiten lassen. Der Unterschied zu Homonymie liegt nach traditioneller Auffassung darin, dass bei letzterer die verschiedenen Bedeutungen auf verschiedene etymologische Wurzeln zurückgeführt werden und man somit von verschiedenen Wörtern reden muss, während die Bedeutungsvarianten polysemer Ausdrücke auf die gleiche Wurzeln zurückgeführt werden und man somit von verschiedenen Wörtern reden muss, während die Bedeutungsvarianten polysemer Ausdrücke auf die gleiche Wurzel zurückgehen. Das etymologische Kriterium ist jedoch prinzipiell unscharf und führt bei konsequenter Anwendung zu Ergebnissen, die nicht der Intuition entsprechen. Dass die Trennung zwischen P. und Homonymie überhaupt nicht exakt durchführbar ist, zeigt sich auch an den unterschiedlichen Entscheidungen verschiedener Wörterbücher.“ [Bußmann, S. 593]

Polysemie

Eine Form für mehrere Funktionen. Beispiele aus der grammatischen Polysemie: /sie lieben/die Lieben/Ø lieben/. Fast alle Polysemien werden durch den Kontext monosem, wenn nicht bewusst Wortspiele vorliegen (Calambour). Ein polysemer Ausdruck hat mindestens einen feldinternen + mindestens einen feldexternen Inhalt. Beispiel: I Lexem: mehrere Inhalte (FKS)

 

Eine besondere Form der Polysemie ist die Homonymie. Sie ist in der Linguistik sehr umstritten. Nach W. Luther sind H. Wörter, die im Bereich der parole verschiedene Einzelbedeutungen annehmen können. Die deutsche Sprachinhaltsforschung (Weisgerber) nimmt so viele Wörter an, wie sie verschiedene Wortinhalte glaubt nachweisen zu können. Moderne Forscher tendieren zur Annahme polysemer Wörter, deren Vieldeutigkeit durch synchrone + diachrone Analysen geklärt werden können. Eine solche Untersuchung führt zu dem Schluss, dass /Schloss/ ein einziges Wort ist. Ein anderes Wort liegt nur vor, wenn kein Zusammenhang zwischen den Kontextbedingungen des homophonen Wortes nachgewiesen werden kann. Homonyme können aus divergierenden Tendenzen (in /Schloss/ und /Bank/ spürt man noch die Verwandtschaft) oder aus konvergierenden entstanden sein (in /Ball/2 und /Reif/2 dürfte keine Verwandtschaft vorliegen). Polyseme Morphologie liegt vor in vielen Tempusformen, z.B. Englisch /cut/cut/, /put/put/let/let ...oder Französisch /il dit/ Spanisch /hablamos/ = wir sprechen/wir sprachen. Oft kann die grammatische Bedeutung erst aus einem größeren Text (Makrokontext) erschlossen werden. Polyseme Formen mit zu geringer kontextueller Redundanz sind in ihrem Informationsgehalt entropisch. Eine Ankündigung wie /Schüler gesucht/ sagt nichts über die Anzahl aus. Da zwischen Form und Funktion kein 1:1-Verhältnis besteht, herrschen im lexikalischen Feld oft Redundanzen (Fohlen = Füllen), aber auch viele Defizienzen (Lücken). So schließt das Spanische /tarde/ ebenso den Nachmittag wie den Abend ein. Im Deutschen gibt es, im Gegensatz zum Russischen und Arabischen, keine Differenzierung zwischen dem 24-Stundentag und dem Sonnentag (von Sonnenaufgang bis Niedergang).“ [Heupel, Carl, S. 179-180]

“Para la claridad de la comunicación sería de desear que en cada lengua cada signo fuera biunívoco, es decir que a un determinado lexema correspondiera un determinado haz significativo o semema y viceversa. Sin embargo, hay dos factores que contrarían esta deseabilidad. Por un lado, el descubrimiento de nuevos conceptos, la reestructuración de los sistemas conceptuales y la desaparición de los conceptos caídos en desuso se desenvuelven más rápidamente que la creación y la eliminación de los lexemas correspondientes. Por otro lado, como nuestros conocimientos aumentan cada vez más, pero nuestra memoria, de poder prácticamente limitado, mal podría administrar un inventario de signos biunívoco en continuo aumento, el hombre prefiere operar con un inventario reducido de signos frecuentemente plurifuncionales, cuya ambigüedad semántica virtual es desambiguada normalmente por el contexto y/o el contexto.

Cuando un lexema cubre más de un significado hablamos de polisemia. Si concebimos los sememas como hacer de componentes conceptuales verificamos que los sememas de un lexema polisémico pueden ser más o menos diferentes:

a.  los sememas están en relación metonímica (causa y efecto, continente y contenido, concreto y abstracto, físico y moral), por ejemplo: desaparición ‘acción de desaparecer’ / ‘efecto de desaparecer’, vaso ‘vasija que sirve para beber’ / ‘lo que se echa en una vasija para beber’, cordero ‘cría de la oveja que no para se un año, normalmente muy mansa’ / ‘mansedumbre’;

b. los sememas están en relación de sinécdoque (parte y todo, especie y género, una cosa y la materia de la cosa), por ejemplo: vela ‘lona fuerte que se ata a los mástiles y a las vergas de un barco para recibir viento y hacer adelantar la nave’ / ‘barco de vela’, pan ‘alimento hecho de harina amasada, fermentada y cocida al horno’ / ‘alimento en general’;

c.  los sememas están en relación de conversión, por ejemplo: alquilar ‘dar alguna cosa tiempo determinado mediante el pago de cantidad convenida’ / ‘tomar alguna cosa por tiempo determinado mediante el pago de cantidad convenida’;

d. los sememas están en relación de analogía o metáfora, por ejemplo: pico ‘boca córnea de las aves’ / ‘parte de algunas vasijas por donde se vierte el líquido’ / ‘parte que sobresale en la superficie de algunas cosas’;

e.  los sememas no tienen en común ningún componente (homonimia), por ejemplo: llama ‘masa gaseosa luminosa y caliente que se desprende de los cuerpos en combustión’ / ‘animal mamífero rumiante de América Meridional’.

La polisemia de un significante puede estar condicionada por su posición, como en el caso de la anteposición o posposición al substantivo: diferentes ‘no igual a otra cosa (vasos diferentes)’ / ‘más de uno (diferentes vasos)’. La polisemia de los adjetivos calificativos es frecuentemente de tipo metonímico (anteposición = sentido moral, posposición = sentido físico): la falsa modestia vs. una firma falsa, la fértil imaginación vs. la tierra fértil.

Muchos chistes, acertijos y anuncios publicitarios basan su esencia o su fuerza en la polisemia:

–Reagan dice que quiere estrechar las relaciones con Sudamérica.

–¡Cielos, nos quiere estrangular!

Hay lexemas que cubren al mismo tiempo varios significados no reducibles a una relación de género próximo y diferencias específicas ni a una relación de polisemia y en general actualizados simultáneamente en los comunicados, como por ejemplo las desinencias verbales: así la -a de ...“

[Metzeltin, M.: Semántica, pragmática y sintaxis del español. Wilhelmsfeld: Eggert, 1990, p. 33-34]

Sobre la llamada «polisemia»:

Lo curioso es que la llamada polisemia ha sido considerada por los ingenuos –entre los que figuran casi todos los «clásicos» de la semántica, claro está–, bien como un defecto, bien como una virtud de las lenguas naturales. Por contraposición con ciertos lenguajes artificiales –sistemas bien definidos–, los lenguajes naturales no resultan unívocos ni en el valor semántico de sus signos ni en el de sus estructuras sintácticas. Y todo eso, simplemente, porque no existe correspondencia entre lenguaje y los valores con respecto a los cuales el lenguaje se mide. Así, la precisión de los lenguajes artificiales deriva de su correspondencia con un sistema de definiciones previamente establecido; la «imprecisión» de los lenguajes naturales proviene de la inexistencia de tales definiciones previas. Los lenguajes naturales no resultan de una convención, dependiente de una «teoría» sobre la realidad: constituyen, por el contrario, ellos mismos, una realidad independiente de las opiniones o teorías que puedan tener los usuarios sobre tal realidad. Lo característico de los lenguajes naturales es que no implican ninguna teoría u opinión: no son una «realidad» derivada, sino una realidad autónoma. La coincidencia lenguaje-realidad es un puro accidente que corresponde a la llamada performance (la parole de Saussure), y las «imprecisiones» que se derivan de ella no son imprecisiones del lenguaje como tal, sino imprecisiones que se dan en la relación entre una realidad y otra diferente, con la que no guarda ningún lazo específico. El lenguaje sirve para hablar de todo, pero estructuralmente no tiene relación alguna con las experiencias concretas que pueden ser comunicadas por él. La famosa «imprecisión» no es más que un espejismo que se forjan los que piensan que el lenguaje es trasunto de la realidad o de los juicios lógicos que se construyen sobre ella: fuera de la relación lenguaje-realidad, que no es más que un accidente, la imprecisión no existe: frío es un valor tan preciso como la hipotenusa de los matemáticos; la diferencia está en que hipotenusa es un valor «preciso», indiscutiblemente preciso –de lo contrario no sería un valor y no serviría para nada–, en relación con el sistema lingüístico en que se halla incluido, es decir, preciso en su conexión con caliente, tibio, fresco, etc., pero no referido a la realidad exterior al lenguaje (es «preciso» en la relación lenguaje-lenguaje.)

La polisemia, que Ullmann estudia en un capítulo dedicado a la ambigüedad, y que según él «es un rasgo fundamental del habla humana», es el nombre que se le da al hecho de que los significantes, tomados aisladamente y sin tener en cuenta sus relaciones funcionales internas ni sintagmáticas, puedan tener más de un significado. Claro es que los que han tratado el fenómeno no han solido aclarar, al hablar de significados distintos, si éstos son variantes de una sola invariante semántica o sin son invariantes distintas. La polisemia es un pseudo-problema que proviene de tomar, en el fondo, el punto de vista del significante aislado: de hecho, sólo existe en los diccionarios y en la imaginación de algunos lingüistas. Recordemos incluso opiniones más modernas, como las de Baldinger y las de Heger: para el primero, el signo no es, como para Saussure, la unión de un significante (imagen acústica) con un concepto –para nosotros «forma de contenido»–, sino la unión de un significante con todos los contenidos a que puede estar asociado, de suerte que tales contenidos vienen a formar lo que él llama «campo semasiológico»: «con esto –nos dice– ya nos encontramos con una primera estructura lingüística, la estructura semasiológica. No es la única, pero sí la más patente» (Teoría semántica, Madrid, 1970, pág. 36). Naturalmente no podemos aceptar esta interpretación estructural unitaria del signo, ya que lo más frecuente es que los distintos significados a que puede servir un significante no guardar entre sí relación estructural alguna: son generalmente signos diferentes que entran en relaciones estructurales, tanto paradigmáticas como sintagmáticas, también diferentes. La unidad es ilusoria y sólo se da en el ámbito de los diccionarios: los «campos semasiológicos» no tienen existencia real. El propio Baldinger lo reconoce, aunque sin introducir las debidas precisiones: «Si una palabra –nos dice– puede tener varios significados, naturalmente podemos plantearnos en seguida la pregunta siguiente: ¿cómo se da cuenta el interlocutor de cuál de estas significaciones es la pensada en cada caso? Se da cuenta de ello sobre la base de una estructura lingüística más amplia que podemos designar como estructura sintagmática. No hablamos con palabras aisladas, sino con frases. La palabra aislada se inserta en una estructura más amplia y a través de ésta se hace la determinación de lo pensado en la palabra aislada; es decir, el contexto determina la fijación del significado en la situación lingüística concreta» (ibíd.).

Más precisiones introduce Heger, cuya concepción del signo es parecida, aunque más pormenorizada en cuanto a componentes y relaciones. Para él, el significado es también el conjunto de significaciones ligadas a un significante, pero distingue el «semema» como significación, entendido como entidad separada dentro del conjunto de las significaciones, conjunto al que llama «significado». Heger parte de una representación trapezoidal del signo [siehe hier unter Semiotisches Trapez]. [...]

El signo tanto para Baldinger como para Heger, es polisémico y, por tanto, su forma –aunque no se percaten de ello– radica en la expresión fonológica, que siguen concibiendo como forma de expresión. El «significado» tampoco es forma, sino sustancia, ya que viene dado por el conjunto de variaciones semánticas (combinatorias) que pueden inventariarse en las infinitas ocurrencias concretas de un significante dado, en el habla. Considerar al conjunto de significados –sememas, para Heger– como la forma de contenido, equivale a tomar como única invariante de referencia al significante fonológico, es decir, como el elemento constante, el único que no varía dentro de la multiplicidad real. Esta tesis nos parecería aceptable para una teoría de la expresión, cuyo único objeto habría de ser la determinación de magnitudes fonológicas –fonemas o significantes fonológicos– sobre la base de su correspondencia con significados distintos, pero para la que la naturaleza misma de estos significados fuera indiferente, ya que sólo servirían de «medio» para determinar las magnitudes de expresión: así, de la misma manera que /p/ y /b/ son invariantes distintas por ser capaces por sí solas de diferenciar contenidos también distintos, pero sin que estos contenidos en cuanto tales hagan al caso, silla y mesa pueden ser también considerados como invariantes de expresión distintas, por ser igualmente capaces de establecer diferencias de contenido, independientemente de la naturaleza específica de tales contenidos. La tesis, pues, de una forma de contenido para cada significante no nos parece viable más que para la ciencia fonológica, pero en absoluto para la ciencia semántica, cuyo único objeto son las magnitudes de la significación y las relaciones que contraen entre sí y nunca una mera técnica para interpretar, en cada caso, los diversos sentidos de cada significante, como ocurre con el llamado componente semántico de la Gramática Generativa Transformacional. El camino de la identidad en el significante no puede servir más que como recurso práctico para confeccionar diccionarios, es decir, para mostrar los significados normales que suelen recubrir y, en el mejor de los casos, las circunstancias en que pueden ser empleados, pero, en todo caso no conduce a una visión exhaustiva de las formas de contenido que funcionan en una lengua.

Si todas las magnitudes semánticas invariantes pueden ser identificadas por procedimientos formales, basados en recursos que están en el mismo sistema lingüístico, la polisemia no es un hecho real: sólo existe si se miran las cosas desde el punto de vista del significante, o, mejor dicho, del significante aislado. Pero ya hemos dicho que el significante no es sólo una secuencia fonológica determinada, sino esto más otros factores de tipo semántico, distributivo, etc. La polisemia, pues, no existe, y, por tanto no actúa como un factor de ambigüedad o de confusión en el uso de una lengua. Todas las formas de contenido están perfectamente delimitadas gracias a factores significantes, entendiendo éstos en el sentido amplio que hemos propuesto. O, precisando, si la polisemia existe, corresponde a la performance, es decir al empleo intencional de la identidad del significante para crear una situación lingüística de ambigüedad, lo cual no es, en el fondo, más que un recurso expresivo o de estilo. Es un recurso «técnico» usado en los chistes, en la propaganda, en la poesía, etcétera, porque establece relaciones asociativas, cruces y deslizamientos semánticos de todo tipo. Si puede hablarse, como hace Baldinger, de estructuras semasiológicas y onomasiológicas, no es desde luego desde el punto de vista del sistema de la lengua, en sentido estricto, sino de las posibilidades asociativas que permiten empleos estilísticos, totalmente intraducibles de una lengua a otra. Son posibilidades que cada sistema brinda al ingenio humano, y que están relacionadas con la estructura peculiar global de cada lengua, aunque de una manera confusa y aún mal estudiada. No hay que olvidar que la diferencia de lengua a lengua no está sólo en la diversa estructuración de las sustancias, sino también en la diversa repartición de los hechos de polisemia: así, el poder evocativo del francés bois, gracias a si disemia ‘bosque’ (opuesto a ‘selva’, por ejemplo)/’leña-madera’, es distinto del español madera, incapaz de evocar ‘bosque’, porque este signo no es abarcado o expresado por tal significante; en cambio, su poder evocativo puede estar ligado con el valor ‘condición innata’ que aparece en frases como madera de héroe, de donde una posible frase ambigua –intencional, quizá– ¡qué madera! (‘¡qué madera!’ – ‘¡qué condiciones innatas!’). Estas relaciones asociativas que es establecen a través de la comunidad de significante varían de una lengua a otra, pero no constituyen ningún principio estructural definido y parecen enteramente caprichosas. Atañen, sin embargo, a la fisonomía particular de cada lengua y pueden adquirir valor formal cuando son intencionalmente empleadas con el objeto de motivar signos, es decir, en situaciones donde el significante actualiza virtualmente otro signo distinto: en tal caso, la superposición de ambos crea un nuevo signo, que no es más que el resultado del equilibrio entre dos formas de contenido distintas: entonces, el significante X no lo es de los significados ‘y’ o ‘z’, sino del significado ‘x’, que no existe en el sistema, sino en el discurso, como la forma de relación ‘y-z’. La posibilidad para un significante de representar varios signos, es, además, de un principio universal, uno de los pilares sobre los que se sustentan las posibilidades «expresivas» de las lenguas naturales: la posibilidad de que un significante X, representativo de dos signos ‘y’, ‘z’, resulte, a su vez, significante de un nuevo signo ‘y-z’, que no es ni ‘y’ ni ‘z’, está vedada a los lenguajes artificiales y sólo es posible en otros tipos de lenguajes artísticos donde la sustancia no es ya un lenguaje natural, sino el mármol, las ondas sonoras, etcétera. También en estos lenguajes artísticos no verbales el significado es el resultado de un equilibrio entre naturalezas diferentes y no un «concepto», sino el equilibrio mismo.

La polisemia, pues, no es en sí un hecho estructural de ningún sistema lingüístico, sino una propiedad general de los lenguajes naturales, como la doble articulación, la arbitrariedad del signo, etcétera. Su funcionamiento, es decir, el funcionamiento de un signo como polisémico depende de la intención de los sujetos hablantes: es decir, que sólo hay polisemia a condición de que el hablante quiera que la haya. La polisemia, que no es más que una aplicación del principio de economía, mediante el cual puede disponerse de un número de signos muy elevado, con un inventario de significantes fonológicos mucho más reducido, completado con otro inventario adicional de rasgos semánticos y de fórmulas de distribución, igualmente reducido y fácilmente memorizable, establece las bases características –o parte de ella– de la fisonomía de cada lengua. Por causa de ella son, en gran medida, diferentes los lenguajes naturales y los artificiales, o los naturales entre sí. [...]

Si la polisemia no existe estructuralmente en las relaciones significante-significado, ya que toda forma de contenido de una lengua dada está perfectamente delimitada por factores adicionales que no resultan del plano de la expresión, parece, sin embargo, tener una importancia indudable desde otro punto de vista: el del habla. Digamos, para aclarar, que no pertenecen al aspecto denotativo del lenguaje, pero sí al connotativo, expresivo o sintomático; esto es, que está conectada con una de las funciones indiscutibles del lenguaje humano, la Kundgabe de Bühler. Así como la función primordial, la Darstellung, atañe a los procedimientos de la diferenciación denotativa (con todo su mecanismo de distinciones fonológicas, de significante, y cualesquiera otras, como las distribucionales, etc.). La Kundgabe se funda en todos los procedimientos codificados que sirven a la «expresión» de las experiencias subjetivas de los sujetos hablantes: de la misma manera que diferencias no discretas de entonación pueden ser expresivas, con carácter interlingüístico, de actitudes subjetivas de los hablantes, las relaciones no estructurales entre los diversos signos representados por un mismo significante pueden ser también expresivas de relaciones subjetivas, actualizables por los hablantes, es decir, la expresión de experiencias para las que no existen signos específicos.

En el proceso de significación deben señalarse dos cosas bien distintas, que podemos llamar «significado-esencia» y «significado-vivencia»: el significado-esencia es el puramente denotativo, la forma de contenido lingüística, que sólo se debe al sistema y en él se halla; el significado-vivencia no es, por el contrario, una forma de contenido que emane del sistema de una lengua, sino una forma de contenido que resulta de una «elaboración» intencional: no es una forma de contenido de la lengua, pero sí la forma de contenido de una construcción lingüística. Su valor, como hemos dicho, no es más que un equilibrio entre formas de contenido lingüísticas «latentes» y aun entre sustancias no lingüísticas, pero no una suma de ellas. Se trata, no de signos «lineales», sino de signos «pluridimensionales», donde todos los valores lingüísticos se mantienen igualmente presentes, sin que su valor puede interpretarse como la suma de todos ellos, sino como un valor diferente. El significado-vivencia es siempre el resultado (en cierto modo dentro del ámbito de la polisemia) de la confluencia de un significado denotativo con otro significado, con una experiencia, con una implicación, que se relacionan, gracias al significante común, esto es, a la identidad del significante. [...]

El error de la semántica tradicional, desde Bréal, ha consistido en no reconocer el papel exacto de la polisemia, en no delimitar claramente su concepto ni en establecer cuál es su verdadero papel en las lenguas. Sólo se ha preocupado de ella como factor de ambigüedad, sin percatarse de que ésta sólo corresponde al habla, al ejercicio lingüístico cotidiano: «El habla es [...] un acto individual de voluntad y de inteligencia» (Saussure, Curso, cap. III, párr. 2). Y la ambigüedad sólo puede surgir de la habilidad o de la torpeza de los que hablan. [...]

No interesó a la semántica tradicional la polisemia sintáctica, es decir, el hecho considerado aquí de que un mismo esquema sintáctico pueda corresponder a más de una forma de contenido sintáctico. El interés por este tema, aunque sin mencionar la noción de polisemia, se ha despertado con la llamada gramática generativa. Para esta nueva corriente de la lingüística, una gramática debe dar cuenta de las ambigüedades sintácticas y explicar, por ejemplo, por qué una frase como he encontrado este libro delicioso admite dos interpretaciones, según delicioso sea mero determinante de libro, o sea modificante tanto de libro como de encontrar; o por qué conozco la censura de la crítica, puede significar tanto ‘la censura que hace la crítica’ como ‘la crítica que se hace a la censura’. Estos ejemplos son evidentemente muestras de polisemia sintáctica, y, de la misma manera, pueden considerarse hechos de «homonimia» sintáctica –igualdad de esquemas, también– frases como Juan fue castigado por el maestro y Juan fue castigado por su conducta. [Ya hemos visto en otro lugar que] la ambigüedad no era realmente formal, ya que, en todo caso, existían componentes semánticos diferenciales capaces de disolverla –como en el caso de las pasivas y las atributivas, al aparecer como atributo un participio de verbo transitivo– y capaces, además, de permitir la diferenciación por la referencia a estructuras sintácticas diferentes. [...]

Para terminar, debemos considerar aún el concepto de «acepción», que, en el fondo, aunque no se haga, podría incluso aplicarse a la sintaxis. Normalmente suelen englobarse bajo este término todos los sentidos que se registran en el habla para una palabra dada, sin distinguir entre variantes e invariantes: «sentido o significación en que se toma una palabra o una frase» (J. Casares, Diccionario ideológico). La dificultad está en que los diccionarios se limitan en general a registrar acepciones, o, mejor dicho, a registrar las acepciones más comunes o las que corresponden a un nivel de habla determinado. «Si se quiere terminar –afirma Coseriu– en una descripción sistemática del léxico, no se puede considerar para cada palabra lo que “podría” ser importante; es necesario investigar en primer lugar “lo que no puede faltar”; la función de base sin la cual el léxico no sería tal y que debe tener la “prioridad”. Esta exigencia no implica que se niegue el valor o la validez de los diferentes puntos de vista lixicológicos posibles [...]: se trata de establecer la base y el cuadro de la descripción del léxico como dominio de la lengua.» Ahora bien, la función de base de un elemento léxico no es nunca una acepción, es su significado, es decir, aquello en que tal elemento consiste, y, como ya sabemos, dado que una significante puede recubrir más de una forma de contenido, las funciones de base pueden ser varias. Lo importante, dentro de la descripción lexicográfica, es que se separen antes que nada los distintos signos unidos a un significante y que luego se describan las variantes más normales de cada invariante registrada, empezando por las combinatorias y terminando por las libres. Con esto se evitan las consecuencias caóticas de la aplicación del concepto de acepción sin más, ya que éste no tiene cabida en una descripción lingüística, al mezclar indiscriminadamente los signos distintos con sus variantes. La función de base es lo que puede no faltar y lo único que la lingüística es capaz de determinar con los medios que posee: las relaciones asociativas, las infinitas variaciones del discurso, etc., serán imprevisibles.

[Trujillo, Ramón: Elementos de semántica lingüística. Madrid: Cátedra, 1976, pp. 236-249]

Polisemia

Fenómeno consistente en la reunión de varios significados en una palabra. Cabo, por ejemplo, es un vocablo polisémico por poseer varios significados: cabo de vela, grado del ejército, hilo o hebra, cabo geográfico, etc. En el caso frecuente de ser dos los significados, el fenómeno se llama disemia.“

[Lázaro Carreter, Diccionario …, p. 327]

Polisemia

Existe polisemia cuando un mismo significante posee diversos significados.

Hoja (de árbol), hoja (de libro), hoja (de afeitar), palabras que guardan entre sí una cierta relación metafórica.

Existen grados de polisemia. Es decir, hay palabras cuyo significante puede tener gran número de significados. Por ejemplo:

Significante

Número de significados

Significante

Número de significados

estilo

10

ir

27

mosca

12

tocar

28

romper

22

mano

34

tener

24

haber

36

 

Damos el ejemplo primero (estilo) resumiendo las acepciones: estilo

1: punzón

2: gnomon del reloj de sol

3: manera, modo

4: costumbre, uso

5 y 6: manera de escribir o hablar

7: carácter que da a sus obras el artista

8: columnita hueca o esponjosa que arranca del ovario y sostiene el estigma

9: fórmula de proceder jurídicamente

10: púa sobre la que está montada la aguja magnética.“

[Alonso Marcos, Glosario de la terminología…, p. 281]

Polisemia y homonimia

Homonimia y polisemia son, en realidad, el mismo fenómeno, ya que los límites entre ambos fenómenos son imprecisos. Para su distinción podemos aplicar esta sencilla regla: En los casos de homonimia, un hablante medianamente culto considera las dos palabras como distintas.

frente / frente; tubo / tuvo; banco / Banco; gato (animal) / gato (objeto para levantar coches)

En los casos de polisemia, las considera como una sola palabra con dos o más significados, pero que guardan entre sí una cierta relación metafórica: hoja y hoja.

Lo podríamos esquematizar así:

 

polisemia

 

un nombre

sentido 1

sentido 2

sentido 3

sentido 4

homonimia

 

Es decir: el camino hacia varios (poli) sentidos (semia, significados) se llama polisemia.

El camino inverso hacia un solo (homo) nombre (nimia) se llama homonimia.

En el tercer caso (camino hacia varios significados), suele ser efecto de una metáfora: polisemia.

En el segundo caso (la coincidencia de varios significados), suele ocurrir casualmente. Ha coincidido así: río y río, banco y Banco.” [Alonso Marcos, Glosario de la terminología…, p. 281-282]

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